viernes, 6 de agosto de 2010

Impas y Revelaciones

Querido Joaquín,

En mis vacaciones estivales, mira por donde gorroneando una conexion inalámbrica WI-Fi en mi querido lugar de reposo estival, situado en cualquier sitio de Portugal, -elige el que quieras, todos son estupendos- después de mucho esperar a que cargara la página, encontré en mi correo, un mensaje de nuestro amigo especial.

Ya tengo historia para mi hija en el viaje de vuelta a la ardiente Toledo,

Un beso y espero que el lugar de tu reposo guerrero, sea tan placentero como el mío.


Querida Elvira,

No he avanzado en mi investigación, porque desde el día de mi último relato, como viene siendo habitual, nuevos hechos se han producido en mi vida.

Como ya te comenté en mi anterior carta, encontré el segundo trozo de pergamino, restando solo, por lo que parecía, uno para completar la totalidad del mapa, que me indicaría el camino para atravesar el laberinto que se encuentra en el interior del Cerro del Bú y que dicho descubrimiento lo había realizado en solitario, al desperdigarnos ante la aparición de los hombres de negro, en la Sinagoga.

Tras el hallazgo me dirigí a mi casa a fin de depositar en el escondite elegido, el pergamino, el medallón y la caja, junto con los demás objetos. Pero cual fue mi sorpresa, que a penas entré en el callejón donde vivo, cuando casi me tropiezo con uno de los hombres de negro que había entrado en la sinagoga, en nuestra persecución. Pude ocultarme en el Portalón de una casa cercana a al mía, sin que me vieran y esta situación me permitió observar sin ser visto y descubrir que no era el único que en la zona se ocultaba.

Constaté lo que ya sospechaba desde hacía unas horas, que me estaban vigilando y lo peor de todo es que, además que no sabía desde cuando, ignoraba – y esto era lo más preocupante- qué era lo que sabían de nuestra fructífera búsqueda.

No me atrevía a moverme de mi sitio por temor a ser detectado, y cuanto más tiempo pasaba en el mismo sitio, más probabilidades había de que me vieran. Estaba enrocado en el portalón, cuando sentí que algo tiraba de mi hacia su interior. Oí que alguien me susurraba que guardara silencio, y entre las sombras vislumbré a Francois Passini, quien me solicitaba silencio, y me indicaba que me aventurara con él hacia el interior de esa desconocida vivienda.
Atravesamos un sinuoso pasillo en la más absoluta oscuridad, hasta lo que apenas distinguí como una reja que daba paso a un gran patio, en el que concluimos nuestro paso.

De su bolsillo sacó unas llaves, con las que abrió una de las puertas de las cuatro que había y que daban al patio.

Entramos en el interior de su estancia y tras encender la luz, y habiendo cerrado la puerta tras él, descubrí para mi sorpresa, que aquella, no solo, no era su vivienda, sino que, además, nos habíamos colado en la casa de un desconocido, de la que Passini tenía las llaves.

Por mi cara debió de adivinar el contenido de mis pensamientos, ya que de manera inmediata me invitó a sentarme en un sofá recién comprado, que ni sus dueños habían llegado a estrenar, pues retiró parte del plástico que lo cubría y comenzó, con un susurro, su relato.

A manera de introducción, me dijo: que los propietarios de ese edificio, le habían encargado el control arqueológico de aquella casa, cuando iniciaron las obras de restauración, para convertir una antigua mansión del siglo XV y sus palacios – palacios según el significado dado en la edad media, a las estancias situadas en la planta baja de las casas y en torno al patio donde el dueño de la mansión tenía sus habitaciones- en un alojamiento turístico; en la que además de contar con hermosos sótanos con vestigios islámicos, restos de una antigua mezquita, se habían encontrado piezas de origen visigodo que se habían reintegrado en la vivienda con evidente gusto artístico, pero sin rigor histórico, razón por la que todas las estancias presentaban ese aspecto de nuevo y sin estrenar.

Luego ensombreció la mirada y continuó hablándome sobre cómo el padre Topete había contactado con él hacia unos días, cuando un extraño personaje, obviamente refiriéndose a mi, se había pasado por la biblioteca cardenalicia buscando antiguos textos que hablaran sobre túneles y puertas escondidas en las montañas y que sin pudor alguno arrancaba, de antiquísimos legajos trozos de papel con desconocidos propósitos.

Por ello sacerdote contactó conmigo, y puso en alerta a la policía, pues creía que yo le llevaría hasta alguna red de ladrones de antigüedades, que se dedicaban a asaltar las bibliotecas, con la excusa de la investigación, llevándose la mayor sorpresa de su vida, cuando comprendió el alcance real de mi desesperado acto de latrocinio, comprendiendo inmediatamente además, que por su edad no iba a servirme de mucha ayuda, si nuestra búsqueda se desarrollaba, continuamente entre laberintos y túneles.

Como Passini por su profesión se movía bien en los lugares oficiales, antes de unirse a la expedición, tantearía las oficinas para conocer a que consejería o brigada policial pertenecían esos hombres de tan curioso y llamativo uniforme, pero lo único que logró fueron unas cuantas miradas de extrañeza y una amenaza velada por parte de un mando de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado.

Passini creía que tal vez esta alerta del cura, provoco la actividad policial en los alrededores del cerro del Bú, si bien desconocía quien y porqué habían aparecido estos extraños personajes y de quien recibían órdenes.

Ante aquel panorama, decidió seguirme a todas partes y por fin cuando nuestras pesquisas nos llevaron a la sinagoga, lugar donde había estado trabajando, llegó el momento de ponerse en contacto y entrar en acción para sustituir al cansado Padre Topete.

Además me confesó que era un amante de las casas toledanas y que junto con su pasión de conocimiento e investigación de casi todas ellas, había atesorado una colección de llaves de un centenar de las mismas, que estaban en la mayoría de las veces habitadas y que para un caso de necesidad como aquel podíamos hacer uso, incluso como cuartel general.

No quise preguntar la forma de adquisición de las llaves, porque en ese momento no era la persona mas indicada para reprochar el afán recopilador de objetos ajenos.

Tras la confesión, que despejó dudas que llevaban revoloteando por mi cabeza desde hacía tiempo y que en tales circunstancias no me quedó mas remedio de creer como cierto, planteó el verdadero problema al que nos debíamos enfrentar y era cómo acceder a mi casa, recuperar los objetos y salir de ella, sin ser vistos por los hombres de negro, quienes estábamos seguros que ya, no se limitaban a observar.

De otro de los bolsillos de su chaqueta, sacó lo que parecía un teléfono enorme, y no que era otra cosa que un novísimo iPhone , con el que se conectó a internet y accediendo a través de la página del Ayuntamiento al POM , mediante el que encontró la planimetría de la zona en la que nos encontrábamos e incluso pudo acceder a cierta información que solo está disponible para ciertos funcionarios del consistorio, y por la que se que generaba la planta en particular de cada vivienda, con descripción exacta de las estancias y dependencias. Me explicó que dicha aplicación se estaba generando, tras la implantación de la obligatoriedad de presentar los proyectos en soporte electrónico, puesto que descargaban los datos en los expedientes particulares de los edificios e incorporaban, no solo la distribución anterior a la reforma, sino el resultado de la modificación. Como no tenían muy claro la legalidad de la conservación de dicha información y menos la implantación en una base de datos pública, mantenían en secreto este programa y de uso muy restringido, pero como me dijo – ya sabes como es Toledo- un amigo le cedió su clave por si la necesitaba en sus investigaciones a cambio de un informe para la reforma de su casa.

Estudió la planimetría y al fin me explicó como podríamos acceder a mi vivienda y aunque tendríamos que esperar unas cuantas horas, el plan, dado lo arriesgado que era, pensé que tendría existo, ya que al fin y al cabo ya me había introducido en las entrañas del Ayuntamiento, la Catedral, la Sinagoga del Tránsito ¿cómo no podría entrar en mi propia casa?

Estoy en mi casa como puedes comprobar, ahora no tengo tiempo pero te contaré como me introduje, jamás habría pensado lo que mi sótano ocultaba, así como mi siguiente paso: la Mezquita de la Luz.

Antonio Canosa