domingo, 6 de junio de 2010

Querido Joaquín,

Te dejo un nuevo correo que he recibido de este extraño e irreal personaje. De no ser porque los mensajes los recibo en mi propio correo, creería que lo que te digo, no es más que una historia inventada, para entretener a mi hija, cuestión cierta, la del entretenimiento infantil, puesto que cuando llega alguno, de inmediato se los leo, y disfruta con estas historias como si fuera ella quien visita y realiza los "descubrimientos" que en éstos se narra.

Un beso como siempre y que te guste:


Querida Elvira,

Desde mi pequeña aventura en el palacio episcopal, he descubierto muchas cosas y estoy a punto de iniciar una peligrosa búsqueda por las entrañas de la “Dives Toletana” ; lo que he descubierto te lo voy a resumir en estas pocas líneas, para que tengas conocimiento de mis avances, en el descubrimiento del misterio oculto en el interior del cerro del Bu, tras las puertas que hallé en el interior de este singular montículo.
Como te comenté en mi anterior misiva, la clave estaba en la Catedral, y hacia allí dirigí mi siguiente visita, claro que tuve que esperar hasta el día siguiente a que abrieran las puertas a los turistas. Mientras esa noche no pude dormir de la excitación y aproveché para que debería buscar en ella y sobre todo dónde buscar.
Por la mañana antes de la misa de ocho y aprovechando mi amistad con uno de los vigilantes de seguridad, conseguí que me dejara pasar a fin de echar un vistazo con cierta tranquilidad, antes de que, como todos los días, llegaran las hordas de turistas a pasearse sin discreción por los rincones.

Entré por la puerta que llaman, Llana, nombre que se le da por su carencia de ornamentación y cuando me dirigía hacia el altar mayor para emprender mi búsqueda, frente a mis ojos apareció, débilmente iluminado otro ara, que parecía que había crecido en medio del templo, sin ningún orden, como una hermosa flor salvaje. El altar de San Ildefonso y dentro de él, custodiado por una doble reja, lo suficientemente grande para que el devoto pudiera acercarse y tocar, la piedra en la que, según la tradición, la Virgen María posó sus pies para imponer a San Ildefonso la Casulla, que le convertiría en Obispo de Toledo hacia el 665.

De nuevo, la coincidencia me llevaba a San Ildefonso, y al algo más importante, me llevaba de nuevo al templo de templos, al lugar que recogía las devociones y creencias de tres culturas, te explico:

Tras la aparición a San Ildefonso en dicho lugar se levantó, por orden de éste una iglesia de tradición Visigoda, y después de la invasión musulmana en el 711 y dado el gran respeto y veneración en el Corán que la Virgen se tiene, respetaron el lugar de aparición y transformaron el Templo cristiano en una Mezquita, y añadieron a esta el altar de Maria.

Cuando Alfonso VI conquistó Toledo a los musulmanes en 1085, prometió que con la entrega de la ciudad, se respetarían de ellos las tradiciones y los templos, lo que comprendía el mantenimiento de la gran mezquita; pero por razones desconocidas, la esposa del Rey Dª Constanza, aprovechando una ausencia de éste, procedió a expulsar a los musulmanes de su templo y dedicar aquella al culto cristiano. Cuando el rey regreso y vio que su voluntad había sido ignorada, montó en cólera y pretendo ajusticiar a todos los que le había desobedecido, pero gracias a la intersección de Abu Wali, un sabio , musulmán que intercedió por ello, se evitó este derramamiento de sangre aplacando la furia del rey. Y esta gran mezquita fue dedicada, retornó de nuevo a templo cristiano dedicándose a la Virgen María.

Mientras que contemplaba absorto este maravilloso y sorprendente oasis de concordia y de pacífica convivencia, que había representado el pequeño altar, alguien se me acercó por detrás y me tocó suavemente la espalda.

Sobresaltado me di la vuelta y mi sorpresa aumentó al descubrir quién me había sacado de mis absortos pensamientos. El padre Topete, guía mío en la biblioteca del palacio Arzobispal, que me explicó, entre susurros, que desde los balcones del palacio me había visto entrar a la Catedral y que la curiosidad le había llevado a seguirme para averiguar dónde me iba a llevar mi afán de conocimiento. Me reveló además, que creía saber que estaba buscando, y más me sorprendió cuando de me dijo que me ayudaría en lo que en su mano estuviera, y que si fuera un poco más joven me acompañaría en mis andanzas sin dudarlo ni un segundo.

Brevemente le conté lo que descubrí en el cerro del , el destino de mi búsqueda, y la necesidad que tenía de bajar y adentrarme en los cimientos de la catedral, para situarme bajo el Altar de San Ildefonso, y encontrar lo que allí se hubiera ocultado, y que sin duda sería la clave para salvar el misterioso laberinto del Cerro del Bu y encontrar lo que esta roca esconde. Ya tengo una sospecha de lo que es, pero es tan valioso y tan increíble, que apenas me atrevo a pensarlo y aun menos a escribirlo en una carta, es tan maravilloso que no lo creeré, hasta que no lo vea con mis propios ojos.

El padre Topete, que afirmó conocer los entresijos de la catedral, me mostró el camino, hasta el altar mayor, pero creyendo que íbamos a dirigirnos hacía él, le dejó a un lado y me indicó que me acercara hacia la parte inferior del presbiterio, donde existía una puerta enrejada, tras la cual discurrían unas escaleras de caracol. Estas bajaban a la cripta, en la que se encontraban tres pequeños altares, adornados con pinturas y esculturas, en las que entre otros se representaba a San Pedro. ¡ San Pedro¡, exclamé casi gritando, el guardián de las llaves del cielo, cuyo nombre significa piedra y sobre quien Jesús dijo que se construiría su iglesia y entre los pliegues pintados de su ropa, divisé una péquela cerradura con la forma del candado que habían puesto a las puertas del cerro del . Yo tenía esas llaves, ¡ las había robado de la Cámara Secreta del Ayuntamiento¡.

EL padre Topete me dijo que fuera a por ellas, que trajera una linterna y que me esperaba a las 5,30, media hora antes de cerrar a los turistas, para abrir dicha puerta y ver si nos conducían a las catacumbas de la Catedral, y por ellas a los restos de la antigua Mezquita, bajo el altar de San Ildefonso, donde se escondió la clave para adentrarse tras las grandes puertas.

Ahora voy a salir y te dejo esta carta por debajo de la puerta de tu casa, si salgo victorioso en breve recibirás más, si no, y en cinco días no sabes nada, busca al padre Topete y pregúntale que fue de mi.

Un saludo

Antonio canosa.

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