miércoles, 16 de junio de 2010

en las profundidades

Querido Joaquin,

Rapidamente te dejo el nuevo mensaje enviado por Antonio Canosa, el relato cada vez se vuelve más increible, aunque en una de mis primeras entradas en este bogg que te escribo, ya te indiqué que había visto algo rarísimos en la puerta del claustro de la catedral y era una mangera desaguadno litros y litros de agua.




Querida Elvira,

Hasta hoy no he tenido un momento para sentarme a redactar esta carta, en la que resumiera lo ocurrido en estos días.
Como recordarás te dejé justo antes de adentrarme en las entrañas de la Catedral, a punto de utilizar unas de las llaves que robé de la cámara secreta del Ayuntamiento, en una cerradura oculta en una cuadro de San Pedro, situado en una pequeña capilla bajo el Altar Mayor.
Después de dejar la carta bajo la puerta de tu casa, me fui de nuevo a la catedral, como el padre Topete me había dicho, media hora antes del cierre a los turistas, y de nuevo con la complicidad de este sorprendente jesuita, pasé sin problemas y sin miradas indiscretas.
Con las manos metidas en los bolsillos, frotaba las tres llaves, una contra otra, generando un extraño sonido entre ellas, vi que en la puerta enrejada me esperaba él, con una extraña mirada en la que se entremezclaba el miedo y la emoción, y sosteniendo un pequeño candil ya prendido. Yo cargué mi linterna y nos introdujimos, bajando las escaleras de caracol. Cuando llegamos al retablo de San Pedro alumbré hacia la cerradura y saqué las tres llaves, pues no sabía cual de ellas sería la correcta. No fue hasta el último intento, cuando la cerradura se movió y tras la apertura de unos escondidos resortes, se mostró ante nuestros ojos un estrecho, largo y oscuro pasadizo que se hundía en la oscuridad.
Armados con nuestras débiles luces nos adentramos en su interior. Era un pasillo, de techo bajo que nos permitía estar, a penas erguidos, con estrechas paredes y un ambiente muy frio y húmedo que daba la impresión de ir bajando. Pronto nos dimos cuentas que en los muros se habían impreso dibujos y formas que apenas apreciábamos por la oscuridad que reinaba, así que dirigí mi linterna hacía ellos, advirtiendo que formaban un conjuntos de tres signos de clara identificación; un pez, una media luna, y una estrella de seis puntas. De nuevo otra vez, venían a convivir juntos los símbolos de las tres culturas, y creo que estos marcaban el camino a seguir, porque juntos se repetían por toda la pared.
De pronto, sin esperarlo vi precipitarse hacia el vacío al padre Topete y en un intento de evitar lo imposible, le así de la sotana, tirando hacia mi. ¡Casi se mata¡- exclamé.
Alumbramos el vacio y ante nosotros apareció algo que jamás imaginamos que nos pudiéramos encontrar: Una enorme sala horadada en la roca, por cuyas paredes discurrían corrientes de agua que producían pequeñas cataratas, que desembocaban en una gran piscina. El techo tenía forma abovedada y pudimos apreciar que se habían dibujado miles de pequeños puntos, para dar la impresión de estar bajo un cielo estrellado. A nuestros pies adivinamos una escalera, que discurría por los muros de la sala hasta la orilla del lago interior y que llegaba hasta una nueva abertura en la parte inferior, por la que con mucho cuidado, de no caernos al agua, pasamos, tras bajar por la sinuosa escalera.
Mas delante y aun maravillados de lo que habíamos visto en las profundidades de la Catedral, -y que seguramente era el manantial que se oye si te apoyas sobre el altar de la Virgen de la Buena Leche que hay frente al Trasparente o el que alimenta el pozo, de donde se saca el agua de los botijos, para la fiesta del Sagrario-; encontramos una pequeña sala cuadrada, débilmente iluminada por una luz cuyo origen no supimos señalar y en el centro, una mesa de mármol rojo, sobre la que se encontraba un pequeño cofre de jade, en el que habían esculpido los tres símbolos culturales.
No había cerradura alguna, ni veíamos tapa o manera de abrirlo, y parecía robusto y duro, sin contar con que ignorábamos que había dentro, por lo cual no podíamos arrojarlo al suelo para romperlo.
Examiné detenidamente el pequeño cofre y me di cuenta de que los símbolos estaban extrañamente separados uno de los otros, no como en los dibujos de los muros. Pero cuando rocé la estrella de David, de seis puntas, me di cuenta de que ésta se movía, así pues desplace la estrella para que acercara a la media luna y cuando la punta superior del astro, tocó una de las puntas de la estrella, oímos como saltaba un resorte en el interior de la caja. Luego desplacé el pez y cuando la cola del mismo tocó, la punta inferior de la media luna, de nuevo saltó otro resorte sorprendiéndonos el sonido ante tanto silencio, e inmediatamente se abrió la tapadera dejándonos ver lo que el interior contenía.
El padre Topete acercó el candil y vimos que en el fondo había una fina y amarillenta hoja, de lo que parecía papel, que con mucho cuidado sacamos. Era un plano de calles, que se entrecruzaban entre sí y en cuyo centro aparecía dibujado un extraño símbolo de significado desconocido. Di un salto de alegría al comprender que era el plano que describía el laberinto del Cerro del Bu, con el que podría adentrarme sin peligro, pero rápidamente me reprobó el sacerdote, al indicarme que el mapa no estaba completo y que parecía tener al menos otras dos partes más, y que no sabíamos dónde buscar.
Mi entusiasmo se tornó desolación, hasta que de nuevo mi querido amigo, me mostró lo que había encontrado en el cofre, bajo el plano: un pequeño anillo, de lo que parecía ser oro, con filigranas que representaban un arco de herradura y en su interior lo que aparecía una estrella de David.
¿Era ese añillo una pista? Sí, era el símbolo de Samuel Levi, antiguo tesorero o almojarife de Pedro I el Cruel
Ya teníamos claro donde nos llevaría ahora nuestra aventura; a la Sinagoga del Tránsito.
Amiga mía, si esto te ha pareció emocionante, ya verás cuando te cuente sobre el nuevo componente de nuestro osado grupo, un personaje tan extraño como nuestra búsqueda.
Y mientras esperas mi próxima carta, te reto a que sigas mis pasos por los lugares que estoy visitando, para veas con tus propios ojos lo que yo estoy descubriendo, comenzando por una excursión al Cerro del Bu.
Tú, que tienes las pistas, síguelas.

Un Beso

Antonio Canosa

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