lunes, 24 de mayo de 2010

Querido Joaquín,

Te he tenido un poco olvidado, porque las circunstancias me han hecho perder el interés en lo que te estaba escribiendo, y he centrado mi atención en otras cosas, tal vez más banales, pero sin duda más entretenidas, que en estas horas falta nos hace.

Desde que comencé a publicar mi pequeño blog, y tras el segundo artículo, comenzaron a llegar a mi despacho cartas de un tipo un tanto extraño, hablándome de unos descubrimientos que había realizado en el cerro del Bu. Las tres primeras misivas llegaron en cartas ordinarias.

Una noche de hace aproximadamente dos meses, me encontré que la siguiente carta la había mandado a mi correo electrónico, y lo más sorprendente es que además de que nunca nos hemos visto ni hemos cruzado palabra, había conseguido mi dirección. Ahora las recibo todas así.

Te paso ésta para que la leas y me digas que te parece. Te las iré poniendo en función de cuando me lleguen.

un saludo
---
Querida Elvira:

Se que este no es el medio al que te tengo acostumbrada para narrarte mis andanzas en la búsqueda que hace tiempo comencé y que jamás pensé que me llevaría a colarme en una boda civil disfrazado de invitado y a deslizarme como un niño por un peligroso y oscuro tobogán, a las entrañas del Consistorio.
Todavía no me he podido acercar al cerro del Bu, porque la policía, a los que se les ha unido unos extraños personajes vestidos con trajes negros, acampan día y noche en las cercanías de las piedras bajo las que se encuentran las grandes puertas de bronce enterradas en la tierra, por lo que, además no he podido probar las llaves que me llevé de la cámara secreta escondida en los subterráneos del Ayuntamiento.
Pero en estos momentos en los que espero mi oportunidad, no he perdido el tiempo, porque he solicitado al Arzobispado la posibilidad de acceder a sus archivos y buscar en ellos lo que ni en la Biblioteca del Alcázar, ni en el Archivo Histórico encontré: referencias a esas extrañas puertas y por qué se colocaron en lo alto de un monte que no lleva a ninguna parte.
Jamás había pasado al Arzobispado; me encontraba parado en la escalinata de subida, que se encuentra en la plaza del Ayuntamiento, frente a la Catedral, cuando las dos enormes puertas que franqueaban la entrada se abrieron con un sigiloso siseo y dejaron al descubierto una entrada majestuosa, con otra gran escalinata ascendente, hecha de un mármol tan blanco que cuando los rayos de sol se reflejaban en la misma, desprendían tal luminosidad, que provocaban que avanzara a trompicones, deslumbrados por su reflejo.
Al final de la escalinata un pequeño personaje me esperada, vestido de negro con un alzacuellos blanco, era un cura que se presentó como el padre Topete, y me indicó que lo siguiera por un gran pasillo.
Anduvimos varios metros por ese enorme pasillo, cuando se paró ante una puerta de madera con dos enormes tiradores de hierro forjado, que empujó suavemente, dejando a la vista una habitación de elevados techos con cuatro paredes forradas de estanterías que a su vez portaban miles de libros de todos los colores, tamaños, edades y procedencias.

Me indicó que pasara y que podría consultar cualquier cosa sin límite de tiempo.
Abrumado por la cantidad de libros y sin saber por donde empezar, el pequeño cura me señaló un ordenador portátil donde podía consultar la lista de libros que en aquella gran biblioteca había y la situación de los mismos. Así que comencé de inmediato el trabajo.
Estuve toda la mañana del lunes, la tarde y parte de la noche. Estaba desesperado y extrañado de que en ningún sitio se hablara de dichas puertas, y ya había perdido la esperanza y creía que todo había sido una alucinación, cuando encontré en un antiquísimo libro del siglo VII, titulado en latín, La Vita vel gesta S. Ildephonsi Sedis Toletanae Episcopi, atribuido a
Cixila, obispo de Toledo, libro que hablada de San Ildefonso el patrón de Toledo, y en el que en un epílogo de apenas cinco líneas, del que no tenía conocimiento de su existencia, se menciona que es el propio San Ildefonso quien esconde entre montañas y rocas su gran tesoro, para protegerlo del mal que se avecina, y se habla en él de las llaves de la montaña, señalando que la clave del camino se encuentra bajo los tres templos y que allí encontraré el mapa que me mostrará la salida del laberinto.
Ello me llevó a pensar en la entrada al misterioso laberinto que encontré bajo el cerro del Bu. Si con ese plano podría aventurarme por sus entrañas y recovecos sin perderme para siempre, tenía que ser mío.

Excitado por el descubrimiento y ante la idea de continuar mi búsqueda, gracias al texto inédito de aquel antiquísimos manuscrito y en un acto de irresponsabilidad arranqué la hoja y la escondí, dentro del libro que saqué en la cámara secreta bajo el ayuntamiento y que todavía no he leído.

Me fui corriendo casi sin despedirme justo antes de que cerraran las grandes puertas, mientras pensaba en el lugar donde se encontrarían esos tres templos, cuando justo delante de mi, majestuosa e iluminada apareció la catedral de Toledo, ella era la clave y yo supe inmediatamente porqué. La catedral se construyó sobre una mezquita y una sinagoga, reuniendo tres templos en uno, y el camino se encuentra bajo sus cimientos.

Ahora no puedo escribir más, estoy a punto de iniciar otra peligrosa aventura que me llevará a las entrañas de la Catedral para buscar la calve con la que introducirme en la montaña y descubrir el misterio que estas guardan.

Tu amigo

Antonio Canosa

No hay comentarios:

Publicar un comentario