viernes, 6 de agosto de 2010

Impas y Revelaciones

Querido Joaquín,

En mis vacaciones estivales, mira por donde gorroneando una conexion inalámbrica WI-Fi en mi querido lugar de reposo estival, situado en cualquier sitio de Portugal, -elige el que quieras, todos son estupendos- después de mucho esperar a que cargara la página, encontré en mi correo, un mensaje de nuestro amigo especial.

Ya tengo historia para mi hija en el viaje de vuelta a la ardiente Toledo,

Un beso y espero que el lugar de tu reposo guerrero, sea tan placentero como el mío.


Querida Elvira,

No he avanzado en mi investigación, porque desde el día de mi último relato, como viene siendo habitual, nuevos hechos se han producido en mi vida.

Como ya te comenté en mi anterior carta, encontré el segundo trozo de pergamino, restando solo, por lo que parecía, uno para completar la totalidad del mapa, que me indicaría el camino para atravesar el laberinto que se encuentra en el interior del Cerro del Bú y que dicho descubrimiento lo había realizado en solitario, al desperdigarnos ante la aparición de los hombres de negro, en la Sinagoga.

Tras el hallazgo me dirigí a mi casa a fin de depositar en el escondite elegido, el pergamino, el medallón y la caja, junto con los demás objetos. Pero cual fue mi sorpresa, que a penas entré en el callejón donde vivo, cuando casi me tropiezo con uno de los hombres de negro que había entrado en la sinagoga, en nuestra persecución. Pude ocultarme en el Portalón de una casa cercana a al mía, sin que me vieran y esta situación me permitió observar sin ser visto y descubrir que no era el único que en la zona se ocultaba.

Constaté lo que ya sospechaba desde hacía unas horas, que me estaban vigilando y lo peor de todo es que, además que no sabía desde cuando, ignoraba – y esto era lo más preocupante- qué era lo que sabían de nuestra fructífera búsqueda.

No me atrevía a moverme de mi sitio por temor a ser detectado, y cuanto más tiempo pasaba en el mismo sitio, más probabilidades había de que me vieran. Estaba enrocado en el portalón, cuando sentí que algo tiraba de mi hacia su interior. Oí que alguien me susurraba que guardara silencio, y entre las sombras vislumbré a Francois Passini, quien me solicitaba silencio, y me indicaba que me aventurara con él hacia el interior de esa desconocida vivienda.
Atravesamos un sinuoso pasillo en la más absoluta oscuridad, hasta lo que apenas distinguí como una reja que daba paso a un gran patio, en el que concluimos nuestro paso.

De su bolsillo sacó unas llaves, con las que abrió una de las puertas de las cuatro que había y que daban al patio.

Entramos en el interior de su estancia y tras encender la luz, y habiendo cerrado la puerta tras él, descubrí para mi sorpresa, que aquella, no solo, no era su vivienda, sino que, además, nos habíamos colado en la casa de un desconocido, de la que Passini tenía las llaves.

Por mi cara debió de adivinar el contenido de mis pensamientos, ya que de manera inmediata me invitó a sentarme en un sofá recién comprado, que ni sus dueños habían llegado a estrenar, pues retiró parte del plástico que lo cubría y comenzó, con un susurro, su relato.

A manera de introducción, me dijo: que los propietarios de ese edificio, le habían encargado el control arqueológico de aquella casa, cuando iniciaron las obras de restauración, para convertir una antigua mansión del siglo XV y sus palacios – palacios según el significado dado en la edad media, a las estancias situadas en la planta baja de las casas y en torno al patio donde el dueño de la mansión tenía sus habitaciones- en un alojamiento turístico; en la que además de contar con hermosos sótanos con vestigios islámicos, restos de una antigua mezquita, se habían encontrado piezas de origen visigodo que se habían reintegrado en la vivienda con evidente gusto artístico, pero sin rigor histórico, razón por la que todas las estancias presentaban ese aspecto de nuevo y sin estrenar.

Luego ensombreció la mirada y continuó hablándome sobre cómo el padre Topete había contactado con él hacia unos días, cuando un extraño personaje, obviamente refiriéndose a mi, se había pasado por la biblioteca cardenalicia buscando antiguos textos que hablaran sobre túneles y puertas escondidas en las montañas y que sin pudor alguno arrancaba, de antiquísimos legajos trozos de papel con desconocidos propósitos.

Por ello sacerdote contactó conmigo, y puso en alerta a la policía, pues creía que yo le llevaría hasta alguna red de ladrones de antigüedades, que se dedicaban a asaltar las bibliotecas, con la excusa de la investigación, llevándose la mayor sorpresa de su vida, cuando comprendió el alcance real de mi desesperado acto de latrocinio, comprendiendo inmediatamente además, que por su edad no iba a servirme de mucha ayuda, si nuestra búsqueda se desarrollaba, continuamente entre laberintos y túneles.

Como Passini por su profesión se movía bien en los lugares oficiales, antes de unirse a la expedición, tantearía las oficinas para conocer a que consejería o brigada policial pertenecían esos hombres de tan curioso y llamativo uniforme, pero lo único que logró fueron unas cuantas miradas de extrañeza y una amenaza velada por parte de un mando de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado.

Passini creía que tal vez esta alerta del cura, provoco la actividad policial en los alrededores del cerro del Bú, si bien desconocía quien y porqué habían aparecido estos extraños personajes y de quien recibían órdenes.

Ante aquel panorama, decidió seguirme a todas partes y por fin cuando nuestras pesquisas nos llevaron a la sinagoga, lugar donde había estado trabajando, llegó el momento de ponerse en contacto y entrar en acción para sustituir al cansado Padre Topete.

Además me confesó que era un amante de las casas toledanas y que junto con su pasión de conocimiento e investigación de casi todas ellas, había atesorado una colección de llaves de un centenar de las mismas, que estaban en la mayoría de las veces habitadas y que para un caso de necesidad como aquel podíamos hacer uso, incluso como cuartel general.

No quise preguntar la forma de adquisición de las llaves, porque en ese momento no era la persona mas indicada para reprochar el afán recopilador de objetos ajenos.

Tras la confesión, que despejó dudas que llevaban revoloteando por mi cabeza desde hacía tiempo y que en tales circunstancias no me quedó mas remedio de creer como cierto, planteó el verdadero problema al que nos debíamos enfrentar y era cómo acceder a mi casa, recuperar los objetos y salir de ella, sin ser vistos por los hombres de negro, quienes estábamos seguros que ya, no se limitaban a observar.

De otro de los bolsillos de su chaqueta, sacó lo que parecía un teléfono enorme, y no que era otra cosa que un novísimo iPhone , con el que se conectó a internet y accediendo a través de la página del Ayuntamiento al POM , mediante el que encontró la planimetría de la zona en la que nos encontrábamos e incluso pudo acceder a cierta información que solo está disponible para ciertos funcionarios del consistorio, y por la que se que generaba la planta en particular de cada vivienda, con descripción exacta de las estancias y dependencias. Me explicó que dicha aplicación se estaba generando, tras la implantación de la obligatoriedad de presentar los proyectos en soporte electrónico, puesto que descargaban los datos en los expedientes particulares de los edificios e incorporaban, no solo la distribución anterior a la reforma, sino el resultado de la modificación. Como no tenían muy claro la legalidad de la conservación de dicha información y menos la implantación en una base de datos pública, mantenían en secreto este programa y de uso muy restringido, pero como me dijo – ya sabes como es Toledo- un amigo le cedió su clave por si la necesitaba en sus investigaciones a cambio de un informe para la reforma de su casa.

Estudió la planimetría y al fin me explicó como podríamos acceder a mi vivienda y aunque tendríamos que esperar unas cuantas horas, el plan, dado lo arriesgado que era, pensé que tendría existo, ya que al fin y al cabo ya me había introducido en las entrañas del Ayuntamiento, la Catedral, la Sinagoga del Tránsito ¿cómo no podría entrar en mi propia casa?

Estoy en mi casa como puedes comprobar, ahora no tengo tiempo pero te contaré como me introduje, jamás habría pensado lo que mi sótano ocultaba, así como mi siguiente paso: la Mezquita de la Luz.

Antonio Canosa

miércoles, 7 de julio de 2010

El arca de la alianza

Querido Joaquin,

Que decirte despues de tantas semanas te dejo otra nueva entrega, espero que te entretenga en estas calurosas tarde de verano.



Por fin soy yo quien toma la iniciativa en esta alocada búsqueda.
Como sabes tuvimos que salir corriendo de la Sinagoga del Tránsito, cuando aparecieron de pronto los misteriosos hombres de negro, puesto que además de no tener autorización para estar allí, ya habían frustrado la posibilidad de entrar en el cerro del Bu y no creo que esta vez, me permitieran continuar esta aventura.

Cuando logramos salir del recinto de la sinagoga, la compañía se disolvió inmediatamente, yéndonos cada uno por un lado diferente, para que no nos relacionaran o siguieran.

Yo anduve callejeando durante varias horas, absorto en mis pensamientos, ¿cómo nos podían haber encontrado?, la respuesta era clara, alguien nos había delatado y solo había dos persona que conocían la misión: el padre Topete y Francois Pasinni. Me decanté por este último, puesto que le acababa de conocer y además justo después de aceptarle como miembro, casi somos sorprendidos por los hombres de negro.

Aquello me llevó a tomar una inesperada decisión, esa misma noche volvería a la sinagoga; ahora que sabía por donde colarme, me escondería en su interior hasta encontrar el momento para entrar en las tripas de ésta y buscar la otra parte del plano.

La noche estaba oscura y para mi sorpresa, apenas me hube acercado a la tapia de la casa adyacente, por donde habíamos saltado huyendo de los hombres de negro, unas oscuras nubes taparon la luna y eliminaron cualquier tipo de luz, que pudiera rebelar mi camino, claro que también, la posibilidad de que yo lo viera.

A tientas, aun sin que mis ojos se hubieran acostumbrado a la oscuridad, salté la tapia, y cuando me descolgué al otro lado, no calculé bien la distancia, pues me pareció que caía por un precipicio, dañándome las plantas de los pies cuando topé con el suelo.

Dolorido y sin una vía clara de acceso, proseguí a tientas mi marcha, rezando para que no me topara en mi camino con nadie y con nada.
Entre las sombras pude entrever el jardín de la sinagoga, y lentamente, a través de él, llegué hasta la entrada, que no estaba cerrada con llave.

Me mantuve en silencio, con la oreja pegada a la puerta, para ver si oía algo o a alguien en su interior y pasados unos minutos pensé que no podía permanecer en esa ridícula postura eternamente y que debía arriesgarme. Y así lo hice.

Moví la falleba, procurando no hacer ruido, que cerraba la puerta, levantándola, cosa que no logré, porque cuando más despacio movía la puerta, más ruido hacían sus goznes, así que, penetré en el interior, a través de la rendija que había abierto.

Me sorprendió que la oscuridad del exterior fuera rota por la pequeña luz de un candil, que estaba encendido en una esquina del templo.

Esa lámpara me facilitó el trabajo, y me permitió avanzar hacia el altar de estilo plateresco, que se debió de añadir por la orden de calatrava, cuando los reyes católicos ocuparon el edificio y expulsaron a los judíos de Toledo y donde se colocaría el cuadro del Transito de la Virgen María, motivo por el que este edificio y la zona en la actualidad tiene ese mismo nombre.

En dicho lugar y escondida entre las volutas que adornaban el ara, encontré la cerradura que estaba disimulada entre las vueltas de las yeserías.

Saque de nuevo las tres llaves y di con la correcta al primer intento, abriéndose con una gran polvareda una oquedad que descendía desde la parte superior del altar y por la que con mucho cuidado me introduje.

Divisé unas escaleras y bajé por el hueco abierto, descendiendo a hacia su interior.

Saqué de mi bolsillo la linterna de la que ahora, no me separaba, dada la propensión a introducirme en oscuros pasadizos cerrados desde tiempos inmemoriales e iluminé, hasta donde pude, la estancia por la que iba a caminar. Vi, con una pasada de la luz, que en las paredes, de nuevo, estaba representado el trío simbólico que había encontrado en la catedral. Sin duda iba por el buen camino.

Descendí varias decenas de peldaños y me encontré en una oquedad horadada en la piedra por la que de nuevo se me mostraba un pasillo por el que seguir y en el que de nuevo, estaban pintadas las señales que me dirigían por el buen camino.
Anduve en la obscuridad varios metros hasta desembocar en una nueva sala de la cueva, esta vez de forma cuadrada y en la que, en ambos lados, se adivinaban, dos puertas.

Me dirigí primero a la de mi derecha, en uno de sus cercos había dibujada una estrella de David y lo que yo creía que era, una representación del gomor de Aarón, de donde manaba el maná, y en la de la izquierda estaban dibujados los tres símbolos conocidos, junto con una especie de arca, con cuatro aros en los laterales y lo que parecían una especie de esfinge. -¡no!- eran querubines, y el dibujo era una representación del arca de la alianza.

¿Un gran temor invadió mi corazón, sería ese el tesoro que estaba escondiendo esta búsqueda?, esperaba con toda mi alma que sobre mi recayera dicha responsabilidad.

Sin pensarlo atravesé la puerta en la que además del arca dibujada estaban mis símbolos, y esa abertura me llevó a otra sala de apariencia idéntica a la encontrada en la catedral, y en el centro de ella una mesa sobre la que de nuevo, se encontraba una caja, esta vez de lo que intuí era madera de cedro, y como en la anterior ocasión la unión de los símbolos abrió su tapadera y mostró un trozo de pergamino, sobre el que se había dibujado la otra parte del plano del laberinto. Como en otra ocasión, cuando lo extraje, encontré en su interior no un añillo, sino un medallón, en el que se había labrado un arco de herradura y en su interior una cruz.

Como en la anterior ocasión supe donde me enviaban: Nuestra siguiente visita sería a la Mezquita de la Luz.

Antes de salir, no pude evitar penetrar por la otra abertura de la sala.

En ella me encontré el tesoro más impresionante jamás soñado por nadie, y que sin duda perteneció a Samuel Leví. Había cofres abiertos de los que se habían derramado las joyas y el oro, vestidos, realizados en lo que habían sido ricas telas, vasijas y jarrones de delicada cerámica, espadas de una forja impoluta, libros encuadernados en piel y con filigranas de oro, raros instrumentos de música, y un detalle que me llamó la atención por su austeridad, fue una caja colocada sobre una peana, que contrastaba con las demás riquezas dispersas en la sala.

Me acerque y la abrí, en su interior solo encontré un sello forjado en lo que parecía hierro, con la forma de una estrella, una media luna y un pez, supuse que con el señalaban las paredes que marcaban nuestro camino, y junto con el pergamino y el medallón y la caja, todo me lo llevé.

Con sigilo, salí del altar como pude, dado el cargamento que de las entrañas me llevaba, y cerré intentando que no quedara vestigio de mi pequeño saqueo, pues además no quería, que por ahora, nadie supiera qué se escondía en el interior de la sinagoga, y menos que había estado oculto y ahora estaba a punto de salir a la luz.

Es ahora más esencial que nunca, el hecho de que nadie sepa nada de lo que estamos haciendo, pues no me preocupan el oro y las joyas escondidos, sino que descubran que alguien busca lo que se oculta en el cerro del Bú. Paciencia amiga mía que ya estamos cerca, y mira a tus espaldas por si alguien te sigue, tú ere mi único testigo.

Un saludo

Antonio Canosa

jueves, 24 de junio de 2010

los hombres de negro

Querido Joaquín,

Me he decidido a seguir los pasos de este extraño personaje, aprovechando las vacaciones, y conmigo me llevaré a mi hija, en pos de aventuras, porque cuando llegan los jueves no se quiere acostar hasta que no recibo las novedades de Canosa, aunque en realidad tú eres el primero que las lee. Aquí te dejo lo que he recibido hace a penas una hora.

un beso

Elvira



Querida Elvira

La compañía va en aumento, somos un extraño grupo de personas que nos movemos entre las sombras de forma discreta pese a la tipología de las personas que lo formamos.
Si la aparición del padre Topete te pareció proverbial, la de nuestro nuevo acompañante te parecerá sorprendente.

Acuérdate que mis andanzas terminaron en una oscura catacumba bajo la catedral y te preguntarás cómo salimos y la respuesta, una vez más, está en la capacidad de mi buen amigo de anticipación, mientras a mi me cuesta asimilar los acontecimientos en los que estoy inmerso.

Recuperados los objetos de la extraña caja de jade, caja, que por cierto nos llevamos con nosotros, en la creencia de que ocultaba más de lo que nos había dejado ver, nos surgió la duda de cómo regresar, y optamos volver por donde habíamos venido, ascendiendo por las escaleras que rodeaban el gran lago, con sus cataratas cayendo hacia lo desconocido, y siguiendo los grabados en las paredes que iluminábamos con mi práctica linterna de energía interminable, gracias a la dinamo que incorporada, hasta que encontramos la puerta que daba a la cripta bajo el altar mayor, por la que habíamos entrado.

Cuando plantee la opción de pasar la noche escondidos en alguna zona de la catedral hasta que abrieran las puertas, el sacerdote sonrió sacando de sus bolsillo unas llaves, y me condujo por las naves del templo sumidas en la oscuridad, hasta el claustro, desde donde y accediendo entre pasillos desconocidos, que iba abriendo con las llaves mostradas, salimos a la calle de Hombre de Palo, y por la puerta, por la que antaño se accedía para ver la campana gorda.

Allí mismo nos despedimos, emplazándonos a la tarde siguiente en la Sinagoga del Tránsito. Le pregunté como íbamos a entrar pues llevaba varios años cerrada al publico por las obras de restauración, y el sin hablar me sonrió cuando se marchaba.
A las cinco de la tarde del día siguiente, salí de mi casa y me dirigí a la sinagoga del Transito.

Este templo judío fue mandado construir por Samuel Ha Leví, a pesar de las prohibiciones, en agradecimiento a la lealtad mostrada por este judío a Pedro I en la guerra con los Trastamaras.

Cuando me acercaba al edificio divisé que dos personas me esperaban en la puerta, una era el padre Topete, la otra, era un caballero desconocido para mi.
Me presentó, Francois Passini. Un arqueólogo francés estudioso de la arquitectura escondida en las edificaciones de Toledo, y que estaba colaborando en la rehabilitación de la llamada Casa del Greco, obra que afectaba a la Sinagoga del Transito. En sus brazos desnudos se adivinaba multitud de tatuajes, entre ellos uno que llamó mi atención poderosamente. La medialuna, la estrella de David y el Pez unidos por sus puntas como en los túneles de la catedral.
En ese momento entendí porque Topete le había llamado, añadiendo además que tenía las llaves del edificio cerrado por las obras. De nuevo las puertas a lo oculto se me abrían de mano de mi amigo Topete.

Antes de cerrar la puerta de la sinagoga me fijé que Pasini miraba a ambos lados de la calle, como para cerciorarse de que nadie nos veía entrar.
Entramos directamente a la zona de la sinagoga, sinagoga que era de planta rectangular, y que a pesar de los continuos cambios de uso todavía conservaba visibles trazos del original.
Passini nos estuvo mostrando las dependencias y explicando el destino de cada uno de ellas dentro del culto judío, señalando con gran interés la gran cantidad de inscripciones que se conservaban en sus muros.

Nos indicó que, además de las citas bíblicas, había gran número de inscripciones de ensalzamiento a su mecenas Samuel Ha Leví e incluso nos señalo alguna referida a textos árabes que versaban sobre la paz y la felicidad
El arqueólogo mientras nos señalaba con el dedo y con voz profunda entonó un salmo que hace cientos de años un orfebre gravó en una de las lapidas situadas en el paño central de muro

Contemplad el santuario que ha sido consagrado en Israel/ y la casa que ha edificado Samuel/ y la torre de madera para la lectura de la Ley es el centro de ella,/ y los rollos y las coronas del mismo [santuario] dedicadas a él,/ y sus páteras y lámparas para la iluminación,/y sus ventanales, semejantes a los ventanales de Ariel,/
Y sus atrios para quienes están atentos ( o dedicados) a la Ley perfecta,/ y su casa de asiento (o morada) para cuando se sientan (o moran) a la sombra de él,/ de suerte que casi hayan de decir quienes lo vean: La traza de este [templo]/ es cual la traza de la obra que ejecutó Besalel/ ¡Andad, pueblos, y entrad por sus puertas/ y buscad a Dios, pues casa de Dios es como BET-EL!

Después de esta lectura, continuó relatando los avatares del lugar desde la construcción por parte del Almojarife de Pedro I , la pérdida del favor del Rey, quien le torturó para hallar el tesoro que dicen escondía Samuel Leví, y la entrega de la sinagoga a la orden de Calatrava, herederos de la orden del Temple, quienes con poca modificación lo conservaron dedicado, de nuevo volvían las coincidencias, a la Virgen María.

Nos contó además que durante las obras y debido a los sondeos arqueológicos realizados para acometer la obra, se había determinado que bajo los cimientos de la sinagoga estaría un complejo de baños, llamado Hamman de Zeit, destruido cuando se edificó ésta entre 1357 y 1363.

De estos baños apenas quedan vestigios, y probablemente fueran los cimientos del nuevo edificio, lo que no habían logrado encontrar era la entrada a los mismos.
Ese sería el trabajo de esa noche.

La indicación de que en una mezquita judía aparecían citas coránicas y el hecho de la dominación de la orden de Calatrava, por orden de quien había torturado a su consejero para hacerse con su descomunal tesoro, me llevó a la conclusión de que debíamos buscar textos de las tres religiones juntos en una pacífica armonía, y para ello solicité la ayuda de nuestro nuevo amigo.

Tas unos larguísimos veinte minutos, dio con lo que estábamos buscando.
En el muro del fondo y junto a tres arcos lobulados de tradición musulmana, y destinados a contener los sagrados rollos de la liturgia judía, colocados bajo un friso decorado, entre otras representaciones con los escudos heráldicos de los reinos de Castilla y León, y salmos de David. Nos acercamos los tres observando minuciosamente la aparición de algo parecido a una cerradura, botón o palanca, pues el pavimento bajo esta cavidad era el original de la sinagoga, y seguro que en su interior se encontraban los antiguos cimientos del edificio construidos sobre estos ignotos baños.

¿Como entrar?, nos preguntamos, porque ninguno pretendía romper las valiosas baldosas que cubrían el suelo, abría un pasadizo secreto y una puerta secreta que nos llevara a las entrañas de dicho edificio.

Encontraríamos la cerradura adecuada para cualquiera de las llaves que nos quedaban.
Reflexionando sobre lo anterior no oí las voces que venían del exterior del templo, pero sí el padre Topete, que nos convino a que nos escondiéramos porque no teníamos excusa para estar allí. Gracias a ello descubrimos que no éramos los únicos que buscaban algo en el edificio.

Los hombres de negro que vigilaban la entrada al cerro del Bu, estaba ahora en el interior de la Sinagoga, y nos estaban buscando. Debíamos salir antes de que nos encontraran y volver en otra ocasión, además creía que ya sabía dónde estaban la cerradura buscada, si lográbamos esquivar a estos individuos, volveríamos para recuperar el otro pedazo de mapa.

Logramos salir por el patio y jardín del museo, y saltar la valla de la obra a la calle, asombrándome la agilidad del anciano sacerdote, para sortear esta barrera.
Cuando logremos entrar de nuevo te mandaré el relato de mis andanzas para que seas el testigo necesario, en esta intrépida y peligrosa búsqueda.

Dale recuerdos a tú hija se que está interesadísima en mis aventuras.

Un saludo

Antonio Canosa

miércoles, 16 de junio de 2010

en las profundidades

Querido Joaquin,

Rapidamente te dejo el nuevo mensaje enviado por Antonio Canosa, el relato cada vez se vuelve más increible, aunque en una de mis primeras entradas en este bogg que te escribo, ya te indiqué que había visto algo rarísimos en la puerta del claustro de la catedral y era una mangera desaguadno litros y litros de agua.




Querida Elvira,

Hasta hoy no he tenido un momento para sentarme a redactar esta carta, en la que resumiera lo ocurrido en estos días.
Como recordarás te dejé justo antes de adentrarme en las entrañas de la Catedral, a punto de utilizar unas de las llaves que robé de la cámara secreta del Ayuntamiento, en una cerradura oculta en una cuadro de San Pedro, situado en una pequeña capilla bajo el Altar Mayor.
Después de dejar la carta bajo la puerta de tu casa, me fui de nuevo a la catedral, como el padre Topete me había dicho, media hora antes del cierre a los turistas, y de nuevo con la complicidad de este sorprendente jesuita, pasé sin problemas y sin miradas indiscretas.
Con las manos metidas en los bolsillos, frotaba las tres llaves, una contra otra, generando un extraño sonido entre ellas, vi que en la puerta enrejada me esperaba él, con una extraña mirada en la que se entremezclaba el miedo y la emoción, y sosteniendo un pequeño candil ya prendido. Yo cargué mi linterna y nos introdujimos, bajando las escaleras de caracol. Cuando llegamos al retablo de San Pedro alumbré hacia la cerradura y saqué las tres llaves, pues no sabía cual de ellas sería la correcta. No fue hasta el último intento, cuando la cerradura se movió y tras la apertura de unos escondidos resortes, se mostró ante nuestros ojos un estrecho, largo y oscuro pasadizo que se hundía en la oscuridad.
Armados con nuestras débiles luces nos adentramos en su interior. Era un pasillo, de techo bajo que nos permitía estar, a penas erguidos, con estrechas paredes y un ambiente muy frio y húmedo que daba la impresión de ir bajando. Pronto nos dimos cuentas que en los muros se habían impreso dibujos y formas que apenas apreciábamos por la oscuridad que reinaba, así que dirigí mi linterna hacía ellos, advirtiendo que formaban un conjuntos de tres signos de clara identificación; un pez, una media luna, y una estrella de seis puntas. De nuevo otra vez, venían a convivir juntos los símbolos de las tres culturas, y creo que estos marcaban el camino a seguir, porque juntos se repetían por toda la pared.
De pronto, sin esperarlo vi precipitarse hacia el vacío al padre Topete y en un intento de evitar lo imposible, le así de la sotana, tirando hacia mi. ¡Casi se mata¡- exclamé.
Alumbramos el vacio y ante nosotros apareció algo que jamás imaginamos que nos pudiéramos encontrar: Una enorme sala horadada en la roca, por cuyas paredes discurrían corrientes de agua que producían pequeñas cataratas, que desembocaban en una gran piscina. El techo tenía forma abovedada y pudimos apreciar que se habían dibujado miles de pequeños puntos, para dar la impresión de estar bajo un cielo estrellado. A nuestros pies adivinamos una escalera, que discurría por los muros de la sala hasta la orilla del lago interior y que llegaba hasta una nueva abertura en la parte inferior, por la que con mucho cuidado, de no caernos al agua, pasamos, tras bajar por la sinuosa escalera.
Mas delante y aun maravillados de lo que habíamos visto en las profundidades de la Catedral, -y que seguramente era el manantial que se oye si te apoyas sobre el altar de la Virgen de la Buena Leche que hay frente al Trasparente o el que alimenta el pozo, de donde se saca el agua de los botijos, para la fiesta del Sagrario-; encontramos una pequeña sala cuadrada, débilmente iluminada por una luz cuyo origen no supimos señalar y en el centro, una mesa de mármol rojo, sobre la que se encontraba un pequeño cofre de jade, en el que habían esculpido los tres símbolos culturales.
No había cerradura alguna, ni veíamos tapa o manera de abrirlo, y parecía robusto y duro, sin contar con que ignorábamos que había dentro, por lo cual no podíamos arrojarlo al suelo para romperlo.
Examiné detenidamente el pequeño cofre y me di cuenta de que los símbolos estaban extrañamente separados uno de los otros, no como en los dibujos de los muros. Pero cuando rocé la estrella de David, de seis puntas, me di cuenta de que ésta se movía, así pues desplace la estrella para que acercara a la media luna y cuando la punta superior del astro, tocó una de las puntas de la estrella, oímos como saltaba un resorte en el interior de la caja. Luego desplacé el pez y cuando la cola del mismo tocó, la punta inferior de la media luna, de nuevo saltó otro resorte sorprendiéndonos el sonido ante tanto silencio, e inmediatamente se abrió la tapadera dejándonos ver lo que el interior contenía.
El padre Topete acercó el candil y vimos que en el fondo había una fina y amarillenta hoja, de lo que parecía papel, que con mucho cuidado sacamos. Era un plano de calles, que se entrecruzaban entre sí y en cuyo centro aparecía dibujado un extraño símbolo de significado desconocido. Di un salto de alegría al comprender que era el plano que describía el laberinto del Cerro del Bu, con el que podría adentrarme sin peligro, pero rápidamente me reprobó el sacerdote, al indicarme que el mapa no estaba completo y que parecía tener al menos otras dos partes más, y que no sabíamos dónde buscar.
Mi entusiasmo se tornó desolación, hasta que de nuevo mi querido amigo, me mostró lo que había encontrado en el cofre, bajo el plano: un pequeño anillo, de lo que parecía ser oro, con filigranas que representaban un arco de herradura y en su interior lo que aparecía una estrella de David.
¿Era ese añillo una pista? Sí, era el símbolo de Samuel Levi, antiguo tesorero o almojarife de Pedro I el Cruel
Ya teníamos claro donde nos llevaría ahora nuestra aventura; a la Sinagoga del Tránsito.
Amiga mía, si esto te ha pareció emocionante, ya verás cuando te cuente sobre el nuevo componente de nuestro osado grupo, un personaje tan extraño como nuestra búsqueda.
Y mientras esperas mi próxima carta, te reto a que sigas mis pasos por los lugares que estoy visitando, para veas con tus propios ojos lo que yo estoy descubriendo, comenzando por una excursión al Cerro del Bu.
Tú, que tienes las pistas, síguelas.

Un Beso

Antonio Canosa

domingo, 6 de junio de 2010

Querido Joaquín,

Te dejo un nuevo correo que he recibido de este extraño e irreal personaje. De no ser porque los mensajes los recibo en mi propio correo, creería que lo que te digo, no es más que una historia inventada, para entretener a mi hija, cuestión cierta, la del entretenimiento infantil, puesto que cuando llega alguno, de inmediato se los leo, y disfruta con estas historias como si fuera ella quien visita y realiza los "descubrimientos" que en éstos se narra.

Un beso como siempre y que te guste:


Querida Elvira,

Desde mi pequeña aventura en el palacio episcopal, he descubierto muchas cosas y estoy a punto de iniciar una peligrosa búsqueda por las entrañas de la “Dives Toletana” ; lo que he descubierto te lo voy a resumir en estas pocas líneas, para que tengas conocimiento de mis avances, en el descubrimiento del misterio oculto en el interior del cerro del Bu, tras las puertas que hallé en el interior de este singular montículo.
Como te comenté en mi anterior misiva, la clave estaba en la Catedral, y hacia allí dirigí mi siguiente visita, claro que tuve que esperar hasta el día siguiente a que abrieran las puertas a los turistas. Mientras esa noche no pude dormir de la excitación y aproveché para que debería buscar en ella y sobre todo dónde buscar.
Por la mañana antes de la misa de ocho y aprovechando mi amistad con uno de los vigilantes de seguridad, conseguí que me dejara pasar a fin de echar un vistazo con cierta tranquilidad, antes de que, como todos los días, llegaran las hordas de turistas a pasearse sin discreción por los rincones.

Entré por la puerta que llaman, Llana, nombre que se le da por su carencia de ornamentación y cuando me dirigía hacia el altar mayor para emprender mi búsqueda, frente a mis ojos apareció, débilmente iluminado otro ara, que parecía que había crecido en medio del templo, sin ningún orden, como una hermosa flor salvaje. El altar de San Ildefonso y dentro de él, custodiado por una doble reja, lo suficientemente grande para que el devoto pudiera acercarse y tocar, la piedra en la que, según la tradición, la Virgen María posó sus pies para imponer a San Ildefonso la Casulla, que le convertiría en Obispo de Toledo hacia el 665.

De nuevo, la coincidencia me llevaba a San Ildefonso, y al algo más importante, me llevaba de nuevo al templo de templos, al lugar que recogía las devociones y creencias de tres culturas, te explico:

Tras la aparición a San Ildefonso en dicho lugar se levantó, por orden de éste una iglesia de tradición Visigoda, y después de la invasión musulmana en el 711 y dado el gran respeto y veneración en el Corán que la Virgen se tiene, respetaron el lugar de aparición y transformaron el Templo cristiano en una Mezquita, y añadieron a esta el altar de Maria.

Cuando Alfonso VI conquistó Toledo a los musulmanes en 1085, prometió que con la entrega de la ciudad, se respetarían de ellos las tradiciones y los templos, lo que comprendía el mantenimiento de la gran mezquita; pero por razones desconocidas, la esposa del Rey Dª Constanza, aprovechando una ausencia de éste, procedió a expulsar a los musulmanes de su templo y dedicar aquella al culto cristiano. Cuando el rey regreso y vio que su voluntad había sido ignorada, montó en cólera y pretendo ajusticiar a todos los que le había desobedecido, pero gracias a la intersección de Abu Wali, un sabio , musulmán que intercedió por ello, se evitó este derramamiento de sangre aplacando la furia del rey. Y esta gran mezquita fue dedicada, retornó de nuevo a templo cristiano dedicándose a la Virgen María.

Mientras que contemplaba absorto este maravilloso y sorprendente oasis de concordia y de pacífica convivencia, que había representado el pequeño altar, alguien se me acercó por detrás y me tocó suavemente la espalda.

Sobresaltado me di la vuelta y mi sorpresa aumentó al descubrir quién me había sacado de mis absortos pensamientos. El padre Topete, guía mío en la biblioteca del palacio Arzobispal, que me explicó, entre susurros, que desde los balcones del palacio me había visto entrar a la Catedral y que la curiosidad le había llevado a seguirme para averiguar dónde me iba a llevar mi afán de conocimiento. Me reveló además, que creía saber que estaba buscando, y más me sorprendió cuando de me dijo que me ayudaría en lo que en su mano estuviera, y que si fuera un poco más joven me acompañaría en mis andanzas sin dudarlo ni un segundo.

Brevemente le conté lo que descubrí en el cerro del , el destino de mi búsqueda, y la necesidad que tenía de bajar y adentrarme en los cimientos de la catedral, para situarme bajo el Altar de San Ildefonso, y encontrar lo que allí se hubiera ocultado, y que sin duda sería la clave para salvar el misterioso laberinto del Cerro del Bu y encontrar lo que esta roca esconde. Ya tengo una sospecha de lo que es, pero es tan valioso y tan increíble, que apenas me atrevo a pensarlo y aun menos a escribirlo en una carta, es tan maravilloso que no lo creeré, hasta que no lo vea con mis propios ojos.

El padre Topete, que afirmó conocer los entresijos de la catedral, me mostró el camino, hasta el altar mayor, pero creyendo que íbamos a dirigirnos hacía él, le dejó a un lado y me indicó que me acercara hacia la parte inferior del presbiterio, donde existía una puerta enrejada, tras la cual discurrían unas escaleras de caracol. Estas bajaban a la cripta, en la que se encontraban tres pequeños altares, adornados con pinturas y esculturas, en las que entre otros se representaba a San Pedro. ¡ San Pedro¡, exclamé casi gritando, el guardián de las llaves del cielo, cuyo nombre significa piedra y sobre quien Jesús dijo que se construiría su iglesia y entre los pliegues pintados de su ropa, divisé una péquela cerradura con la forma del candado que habían puesto a las puertas del cerro del . Yo tenía esas llaves, ¡ las había robado de la Cámara Secreta del Ayuntamiento¡.

EL padre Topete me dijo que fuera a por ellas, que trajera una linterna y que me esperaba a las 5,30, media hora antes de cerrar a los turistas, para abrir dicha puerta y ver si nos conducían a las catacumbas de la Catedral, y por ellas a los restos de la antigua Mezquita, bajo el altar de San Ildefonso, donde se escondió la clave para adentrarse tras las grandes puertas.

Ahora voy a salir y te dejo esta carta por debajo de la puerta de tu casa, si salgo victorioso en breve recibirás más, si no, y en cinco días no sabes nada, busca al padre Topete y pregúntale que fue de mi.

Un saludo

Antonio canosa.

lunes, 24 de mayo de 2010

Querido Joaquín,

Te he tenido un poco olvidado, porque las circunstancias me han hecho perder el interés en lo que te estaba escribiendo, y he centrado mi atención en otras cosas, tal vez más banales, pero sin duda más entretenidas, que en estas horas falta nos hace.

Desde que comencé a publicar mi pequeño blog, y tras el segundo artículo, comenzaron a llegar a mi despacho cartas de un tipo un tanto extraño, hablándome de unos descubrimientos que había realizado en el cerro del Bu. Las tres primeras misivas llegaron en cartas ordinarias.

Una noche de hace aproximadamente dos meses, me encontré que la siguiente carta la había mandado a mi correo electrónico, y lo más sorprendente es que además de que nunca nos hemos visto ni hemos cruzado palabra, había conseguido mi dirección. Ahora las recibo todas así.

Te paso ésta para que la leas y me digas que te parece. Te las iré poniendo en función de cuando me lleguen.

un saludo
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Querida Elvira:

Se que este no es el medio al que te tengo acostumbrada para narrarte mis andanzas en la búsqueda que hace tiempo comencé y que jamás pensé que me llevaría a colarme en una boda civil disfrazado de invitado y a deslizarme como un niño por un peligroso y oscuro tobogán, a las entrañas del Consistorio.
Todavía no me he podido acercar al cerro del Bu, porque la policía, a los que se les ha unido unos extraños personajes vestidos con trajes negros, acampan día y noche en las cercanías de las piedras bajo las que se encuentran las grandes puertas de bronce enterradas en la tierra, por lo que, además no he podido probar las llaves que me llevé de la cámara secreta escondida en los subterráneos del Ayuntamiento.
Pero en estos momentos en los que espero mi oportunidad, no he perdido el tiempo, porque he solicitado al Arzobispado la posibilidad de acceder a sus archivos y buscar en ellos lo que ni en la Biblioteca del Alcázar, ni en el Archivo Histórico encontré: referencias a esas extrañas puertas y por qué se colocaron en lo alto de un monte que no lleva a ninguna parte.
Jamás había pasado al Arzobispado; me encontraba parado en la escalinata de subida, que se encuentra en la plaza del Ayuntamiento, frente a la Catedral, cuando las dos enormes puertas que franqueaban la entrada se abrieron con un sigiloso siseo y dejaron al descubierto una entrada majestuosa, con otra gran escalinata ascendente, hecha de un mármol tan blanco que cuando los rayos de sol se reflejaban en la misma, desprendían tal luminosidad, que provocaban que avanzara a trompicones, deslumbrados por su reflejo.
Al final de la escalinata un pequeño personaje me esperada, vestido de negro con un alzacuellos blanco, era un cura que se presentó como el padre Topete, y me indicó que lo siguiera por un gran pasillo.
Anduvimos varios metros por ese enorme pasillo, cuando se paró ante una puerta de madera con dos enormes tiradores de hierro forjado, que empujó suavemente, dejando a la vista una habitación de elevados techos con cuatro paredes forradas de estanterías que a su vez portaban miles de libros de todos los colores, tamaños, edades y procedencias.

Me indicó que pasara y que podría consultar cualquier cosa sin límite de tiempo.
Abrumado por la cantidad de libros y sin saber por donde empezar, el pequeño cura me señaló un ordenador portátil donde podía consultar la lista de libros que en aquella gran biblioteca había y la situación de los mismos. Así que comencé de inmediato el trabajo.
Estuve toda la mañana del lunes, la tarde y parte de la noche. Estaba desesperado y extrañado de que en ningún sitio se hablara de dichas puertas, y ya había perdido la esperanza y creía que todo había sido una alucinación, cuando encontré en un antiquísimo libro del siglo VII, titulado en latín, La Vita vel gesta S. Ildephonsi Sedis Toletanae Episcopi, atribuido a
Cixila, obispo de Toledo, libro que hablada de San Ildefonso el patrón de Toledo, y en el que en un epílogo de apenas cinco líneas, del que no tenía conocimiento de su existencia, se menciona que es el propio San Ildefonso quien esconde entre montañas y rocas su gran tesoro, para protegerlo del mal que se avecina, y se habla en él de las llaves de la montaña, señalando que la clave del camino se encuentra bajo los tres templos y que allí encontraré el mapa que me mostrará la salida del laberinto.
Ello me llevó a pensar en la entrada al misterioso laberinto que encontré bajo el cerro del Bu. Si con ese plano podría aventurarme por sus entrañas y recovecos sin perderme para siempre, tenía que ser mío.

Excitado por el descubrimiento y ante la idea de continuar mi búsqueda, gracias al texto inédito de aquel antiquísimos manuscrito y en un acto de irresponsabilidad arranqué la hoja y la escondí, dentro del libro que saqué en la cámara secreta bajo el ayuntamiento y que todavía no he leído.

Me fui corriendo casi sin despedirme justo antes de que cerraran las grandes puertas, mientras pensaba en el lugar donde se encontrarían esos tres templos, cuando justo delante de mi, majestuosa e iluminada apareció la catedral de Toledo, ella era la clave y yo supe inmediatamente porqué. La catedral se construyó sobre una mezquita y una sinagoga, reuniendo tres templos en uno, y el camino se encuentra bajo sus cimientos.

Ahora no puedo escribir más, estoy a punto de iniciar otra peligrosa aventura que me llevará a las entrañas de la Catedral para buscar la calve con la que introducirme en la montaña y descubrir el misterio que estas guardan.

Tu amigo

Antonio Canosa